El investigador indio-estadounidense, máximo experto en ciencias del suelo y ganador del Premio Mundial de Alimentación 2020, considera que la pandemia de coronavirus expuso las debilidades de las cadenas globales de compra y venta de comida. La producción local sustentable y el cultivo de frutas y verduras en el hogar, posibles claves para un mundo con menor inseguridad alimentaria y mayor cuidado del ambiente
Cuando empiece a atenuarse su impacto sanitario, emergerá el legado más dramático de la pandemia: el aumento del hambre en el mundo. El Programa Mundial de Alimentos calcula que, como consecuencia de las restricciones impuestas en todo el planeta para evitar la propagación del coronavirus, se duplicará la cantidad de personas expuestas a inseguridad alimentaria: pasarán de 135 millones a 265 millones.
La crisis es aún más desesperante en los países que no producen la mayor parte de los alimentos que consumen. El derrumbe de las exportaciones dejó a muchos sin recursos para importar comida. Por otro lado, el cierre de fronteras y los confinamientos dificultaron enormemente el trabajo de organizaciones que desempeñan un rol crucial en naciones sumergidas en crisis humanitarias.
Rattan Lal, que acaba de ser galardonado con el Premio Mundial de Alimentación 2020 —considerado el “Nobel de Agricultura”—, cree que la pandemia expuso la fragilidad de la globalización alimentaria. Una cosa es que se corten las cadenas de suministro globales de la industria automotriz, y que no ingresen autos o repuestos a un país. Bastante más acuciante es que, como resultado de una interrupción del intercambio mundial, no entre comida.
Una de las propuestas de Lal para salir de esta crisis es fortalecer la producción local de comida. No solo apoyando a los pequeños agricultores, sino incentivando a las personas a cultivar sus propios vegetales. Si pueden, en una huerta. Si no, en una caja con tierra.
“Hay que aprender a ser un poco autosuficientes”. Probablemente sea el mayor experto del mundo en la salud de las tierras de cultivo. Algo que podría parecer muy técnico, pero que —asegura— está íntimamente ligado a la salud de la población.
La pandemia de Covid-19 está siendo especialmente devastadora para países que importan gran parte de la comida que consumen. ¿Es viable el desarrollo de la agricultura en estos lugares?
Por la globalización, la comida viene de todas partes. Hasta que se produce una disrupción como el COVID-19. Entonces, uno se da cuenta de que ya no está todo disponible, porque dependemos de que las cosas vengan de otros lugares. Esto nos dice que hay que fortalecer el sistema de producción local de alimentos, hacerlo más resistente. Estoy hablando de agricultura urbana y vertical, de jardines domésticos. En las ciudades se puede producir quizás el 10%, 15% o 20% de la comida que se consume. Productos frescos, como tomates, zucchinis, cebollas, porotos, vegetales, papas. Todo, dentro del límite de la ciudad. Muy pronto, yo me voy a deshacer de todo esto (se toma las solapas del saco) y voy a ir a mi jardín. Tengo uno de diez metros por diez metros, donde cultivo tomates, quingombó, zucchinis, berenjenas, muchas cosas. No necesito ningún otro vegetal y soy 100% vegetariano. Creo que las personas tienen que aprender a ser un poco autosuficientes y volver a algo más tradicional.
En las ciudades se puede producir quizás el 10%, 15% o 20% de la comida que se consume
¿A qué se refiere?
Cuando la gente dice que la comida no está disponible, en Ohio, por ejemplo, puede que sea la comida basada en animales. Pero la comida basada en plantas es fácil de desarrollar localmente y alentaría a todos a tener una huerta, aunque vivan en un apartamento. Se puede hacer una en una caja. Cualquiera puede cultivar en su casa tomates, zucchinis, cilantro, menta, algunas cosas. Yo tengo más de lo que puedo cultivar en mi jardín, y le dedico media hora cada día. Es bueno para la salud, uno está cerca de la naturaleza. Pero no estamos tan cerca como deberíamos, y ese es uno de nuestros problemas. No entender a la naturaleza, abusar de ella, no ser amigable con ella. Deberíamos encontrar soluciones basadas en la naturaleza a nuestros problemas, incluso al COVID-19.
Rattan Lal nació en 1944 en un pueblo del distrito de Gujranwala, en lo que en ese momento era el Raj Británico —el régimen colonial del Reino Unido en el subcontinente indio—, y actualmente es Pakistán. Tras la independencia y la partición, como muchos hindúes, tuvo que dejar todo e irse con su familia a India, donde se radicó como refugiado en un pueblo sin electricidad.
Desde muy chico ayudó a sus padres a cultivar el pequeño lote de menos de una hectárea del que dependía su subsistencia. Lo que vivió en esos años marcó su camino posterior. En 1959 entró a la Universidad Agrícola de Punjab y, al graduarse, recibió una beca para estudiar en la Universidad Estatal de Ohio, de la que hoy es profesor de ciencia del suelo.
A lo largo de su carrera, escribió 22 libros —fue editor o coeditor de otros 76—, 955 artículos en revistas arbitradas y 543 capítulos de libros. Además, realizó trabajos de campo en decenas de países de distintas regiones del mundo. Más allá de estudiar maneras de ayudar a los agricultores pobres a cuidar el suelo y a producir más, y de forma más sustentable, investiga desde hace tiempo cómo mitigar el impacto ambiental de la agricultura.
Es miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que recibió en 2007 el Premio Nobel de la Paz junto a Al Gore, ex vicepresidente estadounidense. Y esta semana fue nombrado embajador de Buena Voluntad del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y Cátedra IICA en Ciencias del Suelo.
Thomas Malthus, economista inglés del siglo XVIII, creía que la amenaza para el futuro de la humanidad era que el crecimiento de la población iba a sobrepasar la capacidad de generación de comida. ¿Sería correcto decir que el riesgo ya no sería ese, porque el mundo aprendió a producir más alimento del que necesita, sino que el modelo de producción dominante daña al suelo y al medio ambiente de un modo que puede ser irreversible?
Está muy en lo cierto. Desde 1960, hace ya 60 años, con la revolución verde, hemos podido incrementar la producción de alimentos a un ritmo mayor que el crecimiento de la población. Así que hay mucha comida, aunque sigue habiendo personas que padecen inseguridad alimentaria por la falta de acceso, por conflictos políticos y por problemas de distribución. Pero este incremento de la agricultura ocurrió al mismo tiempo que se degradó la tierra, se deterioró la calidad y la cantidad de agua, y se contaminó el aire. De todos modos, sabemos cómo abordar esos problemas. Si adoptamos mejores prácticas agrícolas podemos producir más alimento y, al mismo tiempo, restaurar el medio ambiente.
Usted insiste habitualmente en un concepto muy interesante, que es que “cuando la salud del suelo se degrada, la salud de las personas también se degrada”. ¿Podría explicar cómo se vincula la salud del suelo con la de las personas?
Muy buena pregunta. La salud del suelo afecta la salud de las plantas. La calidad nutricional del trigo, del maíz o de la soja depende de la calidad nutricional, de las condiciones físicas y químicas, y de las propiedades biológicas del suelo. Así que cuando la gente consume productos vegetales cultivados en suelos degradados, es posible que les falten micronutrientes, proteínas y vitaminas, lo que hace a la comida cualitativamente pobre. Por otro lado, el suelo afecta también la calidad del agua que lo atraviesa, e impacta en la del aire, por la erosión, por las tormentas de polvo y por la emisión de gases de efecto invernadero y de otros compuestos volátiles. Por eso, mi eslogan es que la salud del suelo, de los animales, de la gente y del medio ambiente están interconectadas, así que si la salud del suelo se deteriora, también se deteriora la del ambiente y la de la gente. Es una relación que se basa en la calidad nutricional de la comida, del agua y del aire que la gente come, bebe y respira.
Otra idea que enfatiza mucho es lo que llama “la ley del retorno”, que supone que todo lo que se extrae de la tierra debe ser devuelto de una forma u otra. ¿Por qué lo considera tan importante?
El suelo es como una cuenta bancaria, en la que se pone dinero y luego se lo retira. Si la administración del banco ofrece un interés, se puede retirar un poco más de lo que se depositó. Pero si no, solo se puede retirar lo mismo. Eso es lo que sucede con el suelo. No se puede extraer nitrógeno, fósforo, potasio y materia orgánica a través del cultivo si no lo devolvemos luego. Eventualmente, si no restituimos nada, el suelo tiene un presupuesto nutricional negativo y su calidad se degrada. La salud del suelo depende de la salud de los organismos que lo conforman: hormigas, termitas, ciempiés, milpiés, hongos, bacterias. En un suelo saludable, esos organismos constituyen cerca de cinco toneladas de biomasa viviente. Si no se devuelve ninguna materia orgánica, ningún residuo de la cosecha, esos organismos no tienen comida y mueren, lo que afecta la calidad del suelo.
¿Cómo se restituye al suelo lo que se extrae? ¿Es realmente posible devolver todo?
Bueno, se toman los granos, las raíces y la biomasa que no se usa, y se lo devuelve. Fuera de temporada, se planta un cultivo de cobertura, que puede ser leguminoso, y que produce más biomasa, reteniendo nitrógeno de la atmósfera y liberando ciertos nutrientes del subsuelo sobre la superficie. También se puede depositar compost de materia orgánica, de material reciclado. Así que hay muchas maneras a través de las cuales es posible devolver casi la misma cantidad de lo que extraemos, a veces, incluso más. Y cuanto más puedan devolver los agricultores, más saludable y productivo se va a mantener el suelo, por siempre. Entonces, volviendo a la primera pregunta, si hemos producido comida pero deteriorado el ambiente es porque no cumplimos cuidadosamente con la ley del retorno.
¿Hasta qué punto se tiene hoy en cuenta en la producción agrícola global la ciencia del suelo?
En América Latina, en Brasil, Argentina, Chile, Paraguay, México, o en Estados Unidos y Canadá, hay muchos agricultores que hacen las cosas muy bien, como indica la ciencia que se deben hacer. Usan cultivos de cobertura y regresan la biomasa. Creo que el problema es con los agricultores más pobres, que tienen tierras pequeñas, de dos, cinco o diez acres, como hay en el Caribe y en Centroamérica, en Honduras, Guatemala, Belice y Nicaragua. O en el África Subsahariana y en el Sudeste Asiático. En esos lugares, los productores son tan pobres que extraen todo de la tierra. Como no pueden comprar ningún químico, como fertilizantes, tienen que vender los residuos de los cultivos. Ahí está el problema. No es que no entiendan. Entienden muy bien, pero no pueden solventarlo. Esos suelos tienen un presupuesto de carbono negativo, sufren un minado de nutrientes químicos y se degradan progresivamente. Allí es donde deberíamos intervenir para proveer apoyo a esos agricultores, pagarles para que brinden servicios al ecosistema.
¿Es posible que haya una tensión entre producir más alimento, a menor costo, y la sustentabilidad ambiental y del suelo, o una agricultura sustentable no es menos eficiente en términos económicos?
No, la agricultura sostenible es económicamente viable. La cuestión es qué se entiende por economía. Se puede obtener un rendimiento óptimo sin degradación del suelo por siempre, o se puede tener un rendimiento máximo por algunas temporadas, pero luego el suelo se degrada, y eso no es muy bueno. La agricultura sostenible se trata de mejorar el rendimiento a largo plazo. El proceso que he estado explicando supone optimizar la producción al mismo tiempo que se restaura el medio ambiente. Es económica, ambiental, social y culturalmente sustentable. Pero hay que hacerla bien, eso es lo más importante. Creo que si podemos comunicarnos con los agricultores y con los funcionarios públicos, la agricultura de la que estoy hablando es económicamente viable.
Usted ha sido muy crítico del uso excesivo de fertilizantes y pesticidas. ¿Cree que deberían dejar de usarse? ¿Cómo se hace con los agricultores que dependen de estos productos?
Cuando se toma un remedio en la dosis recomendada, cura. Pero, si se lo toma en exceso, se convierte en un veneno. Lo mismo pasa con los fertilizantes y los pesticidas. Si se los usa en una dosis apropiada, lo que se llama agricultura de precisión, son un remedio que ayuda a la producción. Si se los usa de manera inapropiada, excesiva, con una formulación errónea y en un momento equivocado, se vuelven un lastre. La tecnología es un problema si no se aplica sabiamente. En China, hay lugares en los que se usan 400 kilos de fertilizantes por hectárea. En Estados Unidos, la tasa es de 100 kilos por hectárea. En Brasil, puede ser entre 100 y 150 kilos. En India, 160. Cuando se usa una tasa muy elevada, la eficiencia del uso puede ser de apenas un 30%, así que el fertilizante restante se libera en el ambiente, en el agua, en el aire, causando contaminación. Lo mismo ocurre con los pesticidas. Los suelos que son saludables suprimen las enfermedades, así que no se necesitan tanto. Los pesticidas y los fertilizantes no son sustitutos de una buena agricultura basada en la ciencia. Pero los necesitamos para una gestión apropiada, para asegurarnos de que todo regrese al suelo.
También hay un problema grave con el glifosato, un herbicida muy utilizado. En Argentina y en otros países hay pueblos rurales en los que hay muchos casos de cáncer, que algunas investigaciones vinculan con la fumigación de campos con ese químico.
El mismo problema se da en todas partes. Donde los agricultores no lo usan de manera apropiada, con la protección adecuada y en una cantidad precisa, hay muchos problemas con el cáncer. La cuestión no son los pesticidas o los fertilizantes, sino cómo se los usa. Hay que usar fertilizantes y pesticidas como un complemento, como algo adicional a las técnicas de reciclaje y al uso de biomasa, de biofertilizantes. Debemos bajar la tasa de uso. Globalmente, estamos empleando 200 millones de toneladas de fertilizantes. Creo que no hay razón para usar más de la mitad. También estamos utilizando demasiada agua para irrigación. Son 200 kilómetros cúbicos solo en India. No hay razón para usar más de 50 kilómetros cúbicos. Es un desperdicio de agua en un clima seco.
¿Cuál considera que es la mejor manera de modificar prácticas agrícolas dañinas? ¿Cree que el Estado debe regular más, prohibiendo ciertas formas de producción, o es preferible que ofrezca incentivos?
No creo que la legislación gubernamental sea la mejor opción. Es preferible el diálogo, la discusión, el convencimiento, la educación en escuelas primarias, secundarias e intermedias, y en las universidades. Hay que incorporar en la currícula la gestión ambiental de la agricultura y la gestión de los recursos naturales. La comunicación con los funcionarios públicos para transformar la ciencia en acción, en políticas, también es muy importante. Pero si eso no da resultado, entonces hay que proteger a la madre naturaleza. El suelo debería tener derechos, igual que los ríos y los bosques, para ser protegidos, restaurados, mejorados y gestionados juiciosamente. Creo que la prioridad es la educación. En segundo lugar, los incentivos económicos. Si a los agricultores se les da un buen precio por su materia prima a través de pagos por servicios al ecosistema, y se les asegura que pueden devolverla al suelo en lugar de venderla en el mercado, su inversión es recompensada por la sociedad. Eso, más diálogo y comprensión, ha funcionado, va a funcionar y tiene que funcionar. Soy muy optimista. Pero si eso no funciona y la gente degrada, contamina y empeora el ambiente, entonces habría que considerar implicancias legales.
Entonces, así como hoy parece normal que los animales tengan derechos, usted cree que la tierra y el suelo también deberían tenerlos.
Exacto. El suelo es algo viviente. El planeta Tierra como un todo es un organismo vivo. Como los mamíferos, tiene que mantener una temperatura constante, pero en el último siglo ha levantado fiebre, porque los seres humanos están maltratándola. La Tierra, como planeta viviente, tiene derechos que deban ser respetados. Para las generaciones futuras, así también ellas pueden disfrutar de los beneficios de la naturaleza.
En Argentina, a pesar de que el país es una potencia agrícola, hay un viejo debate entre quienes dicen que hay que invertir más en agricultura para mejorar su competitividad, y quienes sostienen que eso sería un error, porque es una actividad que genera poco empleo, así que sería mejor usar esos recursos para invertir en el sector industrial. ¿Qué piensa de ese debate? ¿Cuán cierto es que la agricultura genera poco empleo y que un país no puede ser próspero especializándose en agricultura?
Creo que hay un malentendido cuando se dice que la agricultura no es muy económica. En Estados Unidos, por ejemplo, solo 1,5% de la población trabaja directamente en el sector, cultivando y cosechando. Pero hay que tomar a la agricultura y a la industria alimentaria, con el procesamiento, el empaque y el transporte de alimentos, con la adición de valor. El maíz puede ser procesado para hacer aceite, copos, harina, etanol y muchas otras cosas. Si se considera todo eso, la industria agrícola es un gran negocio. Si no se cuidara la agricultura, la economía colapsaría. Es lo que está pasando ahora con el COVID-19. Así que esta idea de que no hay que invertir en la agricultura es un error. La agricultura es el motor del desarrollo económico. Algo más. La medicina es muy importante, ha prolongado la vida. Pero la dieta es un componente muy relevante de la salud. Cuando la dieta es buena no se necesitan medicamentos y, si la dieta es pobre, la medicina ni siquiera funciona. Una buena dieta depende de una buena agricultura, así que no debería ser vista desde una mirada acotada, sino desde un punto de vista holístico. Ahora que la agricultura es fuente de gases de efecto invernadero, tenemos un problema de calentamiento global. Cuando la calidad del agua es pobre, porque la agricultura es mala y se quema biomasa o se esparcen pesticidas, la salud de las personas se ve afectada. Descuidar la agricultura es un grave error. Debemos respetar a los productores y a los profesionales de la agricultura, y debemos alentar a los más jóvenes, a los más lúcidos y a los más brillantes a trabajar en profesiones agrícolas. Ese es el futuro de la humanidad.
Adaptado del artículo original de Darío Mizrahi, dmizrahi@infobae.com en Infobae.
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